
“(…) En la habitación todo estaba tan silencioso e inmóvil que lo que sucedió de repente pareció un acontecimiento enorme y, sin embargo, fue una pequeñez. De pronto, sin moverse en lo más mínimo, esa chiquilla abrió los ojos.
Hervé Joncour no dejó de hablar, pero bajó instintivamente la mirada hacia ella y lo que vio, sin dejar de hablar, fue que esos ojos no tenían un aspecto oriental y estaban clavados, con una intensidad desconcertante, en él, como si desde el comienzo no hubiera hecho otra cosa debajo de los párpados. Hervé Joncour desvió la mirada hacia otro lado, con toda la naturalidad de que fue capaz, tratando de continuar su relato sin que nada en su voz pareciera diferente. Sólo se interrumpió cuando su mirada cayó en la taza de té delante de él. La tomó con una mano, se la llevó a los labios y bebió con lentitud. Volvió a hablar mientras la posaba de nuevo delante de sí.
FRANCIA, los viajes por mar, el perfume de las moreras en Lavilledieu, los trenes de vapor, la voz de Hélene. Hervé Joncour continúo relatando su vida como nunca en su vida lo había hecho. Esa muchachita seguía mirándolo con una violencia que arrancaba a cada una de sus palabras la obligación de sonar memorable. Ahora, el cuarto parecía caer en una inmovilidad sin retorno cuando de improviso, y de un modo absolutamente silencioso, ella sacó una mano del vestido haciéndola deslizar sobre la estera delante de sí. Hervé Joncour vio llegar esa mancha pálida al margen de su campo visual, la vio rozar la taza de té de Hara Kei y después, absurdamente, continuar deslizándose hasta apretar sin siquiera dudarlo la otra taza, que era
inexorablemente la taza en que él había bebido, levantarla ligeramente y llevársela. Hara Kei no había dejado de mirar por un instante, sin expresión, los labios de Hervé Joncour.
La chiquilla alzó ligeramente la cabeza.
Por primera vez desvió los ojos de Hervé Joncour y los posó en la taza.
Lentamente la hizo girar hasta tener en sus labios el punto preciso en que él
había bebido.
Entrecerrando los ojos, bebió un sorbo de té.
Alejó la taza de sus labios.
La hizo deslizar hasta donde la había encontrado.
Hizo desaparecer la mano en el vestido.
Volvió a apoyar la cabeza sobre el regazo de Hara Kei.
Los ojos abiertos, fijos en los de Hervé Joncour.”
Seda. Alessandro Baricco. Cap. 14-15
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