“Marianita, está linda la mar y el viento,
lleva esencia sutil de azahar; yo siento
en el alma una alondra cantar; tu acento:
Marianita, te voy a contar un cuento.”
Así comenzábamos la lectura de este poema para nuestra pequeña hija, quien fascinada abría sus grandes y preciosos ojos, mientras atentamente nos escuchaba. Probablemente pasaba por su cabecita cada una de las imágenes que le íbamos narrando. Cada palabra y verso ya era un hecho: Se veía resplandeciente y envuelta en la brillante luz de una estrella, cortando una flor en el firmamento. Nosotros, mirábamos su carita rosada y también la veíamos resplandecer en ese mágico momento. La poesía nos envolvía, nos elevaba, nos unía.
Finalizada la lectura, la sonrisa era la vuelta a la realidad; y el abrazo acompañado de un beso en la frente, un premio.
Hoy, nuestra Marianita está lejos. Se fue a buscar su estrella blanca a una azul inmensidad. “Ya que lejos de mí vas a estar, guarda niña un gentil pensamiento para esos padres, que muchas noches te leyeron cuentos”.

A Margarita Debayle
Rubén Darío (1908)
Margarita está linda la mar,
y el viento,
lleva esencia sutil de azahar;
yo siento
en el alma una alondra cantar;
tu acento:
Margarita, te voy a contar
un cuento:
Esto era un rey que tenía
un palacio de diamantes,
una tienda hecha de día
y un rebaño de elefantes,
un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú,
y una gentil princesita,
tan bonita,
Margarita,
tan bonita, como tú.
Una tarde, la princesa
vio una estrella aparecer;
la princesa era traviesa
y la quiso ir a coger.
La quería para hacerla
decorar un prendedor,
con un verso y una perla
y una pluma y una flor.
Las princesas primorosas
se parecen mucho a ti:
cortan lirios, cortan rosas,
cortan astros. Son así.
Pues se fue la niña bella,
bajo el cielo y sobre el mar,
a cortar la blanca estrella
que la hacía suspirar.
Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá;
más lo malo es que ella iba
sin permiso de papá.
Cuando estuvo ya de vuelta
de los parques del Señor,
se miraba toda envuelta
en un dulce resplandor.
Y el rey dijo: —«¿Qué te has hecho?
te he buscado y no te hallé;
y ¿qué tienes en el pecho
que encendido se te ve?».
La princesa no mentía.
Y así, dijo la verdad:
—«Fui a cortar la estrella mía
a la azul inmensidad».
Y el rey clama: —«¿No te he dicho
que el azul no hay que cortar?.
¡Qué locura!, ¡Qué capricho!…
El Señor se va a enojar».
Y ella dice: —«No hubo intento;
yo me fui no sé por qué.
Por las olas por el viento
fui a la estrella y la corté».
Y el papá dice enojado:
—«Un castigo has de tener:
vuelve al cielo y lo robado
vas ahora a devolver».
La princesa se entristece
por su dulce flor de luz,
cuando entonces aparece
sonriendo el Buen Jesús.
Y así dice: —«En mis campiñas
esa rosa le ofrecí;
son mis flores de las niñas
que al soñar piensan en mí».
Viste el rey pompas brillantes,
y luego hace desfilar
cuatrocientos elefantes
a la orilla de la mar.
La princesita está bella,
pues ya tiene el prendedor
en que lucen, con la estrella,
verso, perla, pluma y flor.
* * *
Margarita, está linda la mar,
y el viento
lleva esencia sutil de azahar:
tu aliento.
Ya que lejos de mí vas a estar,
guarda, niña, un gentil pensamiento
al que un día te quiso contar
un cuento.
¡Que bello poema!
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